lunes, 19 de julio de 2010

Ernesto, es lo que nunca fue

Ernesto se levantaba todas las mañanas temprano, después de las seis y antes de las ocho, a esa hora en la que los rayos anaranjados del sol despiertan, daba igual que fuera festivo o día laboral el siempre lograba robar a su rutina unos minutos de soledad para pensar en ella.
Todas las mañanas molía los granos de café, y cuando ese sutil olor a melancolía comenzaba a coger fuerza, un sinfín de recuerdos inundaban su mente.
Recuerdos de su cabello rubio y sus ojos color miel, de su pálida piel y en esa sonrisa que por las mañanas se entremezclaba con la brisa de aquel lugar, que solo era de ellos y del tiempo. De todas las caricias que ella le regalaba, la juventud, aquel olor a mar, esos libros que nunca dejaron de leer, recordaba, aquella sensación que ella le daba, de paz y de nervios, de seguridad y de vergüenza, pero sobre todo de amor, un amor que trasciende del tiempo, de la edad, un amor tan fuerte que los mortales comunes, como tu y como yo no podemos comprender. . . algo tan puro, mas allá de lo sexual o de lo psíquico, la mas pura esencia de . . . .
- Buenos días mi amor- dijo adormilada
- Buenos días, cariño ¿Cómo dormiste?
- Bien y tu, ¿Qué haces despierto tan temprano?
- Solo. . . pensaba en una amiga, a la que hace tiempo que no veo- dijo con una extraña sonrisa de tristeza a su mujer.

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